Historia

Quienes dividen los 529 días que goberné para la cantidad de decisiones esenciales que tomé —decisiones que cambiaron el destino del Ecuador y que permanecen vigentes después de dos décadas— califican a mi gobierno como uno de los más trascendentales, productivos y prolíficos de la historia ecuatoriana. Me hubiera gustado recibir el país en las mismas condiciones en las que lo recibieron mis sucesores en la Presidencia como herencia de los cortos 17 meses de mi Gobierno: en paz definitiva con el Perú; con la economía dolarizada (con cero devaluación y con inflación menor al 10% anual); con el sector financiero saneado y controlado con rigor por la Superintendencia de Bancos luego de que cerramos los bancos en problemas, y enjuiciamos y apresamos a los banqueros corruptos; con la Costa reconstruida después de la devastación de El Niño; con la red de protección social encabezada por el Bono Solidario en pleno funcionamiento; con la declaración del Yasuní como zona protegida, con la renegociación de la deuda externa avanzando y en la fase final de alcanzar un programa con el Fondo Monetario Internacional.

Pero no fue así: recibí un Ecuador en vísperas de una guerra con el Perú, con la Costa devastada por El Niño, con el sucre devaluándose constantemente y acechado por brotes de hiperinflación, con un sistema financiero sin control, la más alta deuda externa de América Latina en proporción al PIB y que no había tenido por cinco años un programa con el FMI.